Tierra mojada

En noviembre del 2007 fui a Oaxaca, a visitar las tumbas de mis padres. No viajo regularmente allá. Además me hacía falta un respiro. Pedí dos días de vacaciones y me les “pegué” a mis hermanos que irían. Si, muchos notarán que escribí “las tumbas de mis padres” y me refiero precisamente a eso. Ahí están sus restos, pero a ellos los tengo siempre en la memoria. No hace falta ir a visitarlos, están en el permanente recuerdo, en el día, en el viento, en las noches de desvelo o en las mañanas de alegrías que comparto con Diego.

Yanhuitán es un poblado de la región de la Mixteca alta. Es pequeño y uno lo puede recorrer a pie. Algo característico que recuerdo desde niño es la tierra arcillosa roja. Cuando íbamos de niños acostumbrábamos a jugar mis hermanos y yo a hacer cosas de barro, principalmente casas. Recuerdo que a veces encontraba algún vestigio de barro, como pequeñas ollas o cazuelas diminutas, producto supongo que los artesanos de la época anterior a la conquista.

En vacaciones o en visitas regulares que hacían mis padres al “pueblo”, era común hacer recorridos a pie. En una ocasión que mi papá me llevó subimos a un cero denominado “El capulín” o “del capulín”. Papá aun tenía esa fuerza en sus piernas que lo fue abandonando ya avanzada su edad posteriormente.

Una visita obligada era ir al río, a la zona conocida como “Los álamos”, donde en ese tiempo aun había pozas en las que nos bañábamos. El camino no es corto y hay que ir atravesando zonas de subidas y bajadas para llegar a este lugar. Durante todos estos trayectos, siempre recuerdo el característico olor de la tierra mojada. Aún en el DF, en temporadas de lluvia, cuando hay una repentina llovizna y la tierra se moja, me hace recordar ese olor de la arcilla mojada, aunque no huelan igual la tierra aquí y allá.

Otra novedad para nosotros era la comida. El sabor del mole negro, de la carne enchilada y del tasajo (llamada aquí cecina) era y es una delicia. Diferentes tipos de panes, cuyos nombres nunca me aprendí, así como el comer los zapotes y granada don de las cosas que me han ido acompañando como recuerdos a través de estos últimos años. Aún recuerdo a mi abuela materna hacer tortillas en el comal que tenían. Esas tortillas de trigo recién salidas del comal, con una salsa de molcajete y queso podían saciar mi apetito.

La Iglesia del pueblo está sobre una plataforma desde la cual se ve todo el horizonte. En incontables ocasiones corrí por ese pasto a medio descuidar. Subí por sus escaleras en las fiestas de Semana Santa, fui a la Iglesia como parte de los viajes cotidianos. Igual visité el ex convento ya convertido en museo. Hoy lo vi muy descuidado. De hecho está en proceso de restauración.

Iglesia

En aquellos días que fui educado bajo los preceptos religiosos del catolicismo, hice mi primera comunión en esa Iglesia. Una Iglesia para mi impresionante, sobre todo porque fue la segunda más importante de la orden de los dominicos. Su fachada, incluso con huellas del proceso revolucionario de 1910 y años posteriores no era algo que podía leer y ver solo en libros, sino que estaba al alcance de la mano.

De camino hacia el Cementerio pasamos nuevamente por las calles que recorrí cuando era niño. Muchas cosas han cambiado pero aún quedan vestigios del acueducto o casas de adobe que se niegan a desaparecer. Igual fuimos a “Los Álamos” y recorrimos parte del rio que cada día lo veo más seco. ¿O será que no es la temporada de lluvia? Ahí Diego probó por primera vez el agua fría y cristalina del río. Se río y le gustó el lugar. ¿Cuántas veces no recorrí a su edad esos lugares? ¿Cuántas veces no recogí piedras del río para traerme a la casa?

Ya de regreso caminando a lo largo del río para ir de nuevo al Cementerio percibí ese olor de tierra mojada. Es el mismo que siempre me ha acompañado en mis recuerdos. No fueron días de lluvia, de ver escurrir esa tierra arcillosa, de sentir ese aire peculiar de la zona montañosa, pero el olor de la tierra morada estuvo y está presente. ¿Cuándo será mi próximo viaje? Espero que pronto, ya con Diego de la mano y quizá solos. ¿Diego recordará ese olor al igual que yo? El tiempo lo dirá.

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Calvario